martes, 24 de agosto de 2010

La princesa busca marido- Jorge Bucay

Un buen cuento


Había una vez una princesa, que quería encontrar un esposo digno de ella, que la amase verdaderamente. Para lo cual puso una condición: elegiría marido entre todos los que fueran capaces de estar 365 días al lado del muro del palacio donde ella vivía, sin separarse ni un solo día.
Se presentaron centenares, miles de pretendientes a la corona real. Pero claro al primer frío la mitad se fue, cuando empezaron los calores se fue la mitad de la otra mitad, cuando empezaron a gastarse los cojines y se terminó la comida, la mitad de la mitad de la mitad, también se fue.

Habían empezado el primero de enero, cuando entró diciembre, empezaron de nuevo los fríos, y solamente quedó un joven.Todos los demás se habían ido, cansados, aburridos, pensando que ningún amor valía la pena. Solamente éste joven que había adorado a la princesa desde siempre, estaba allí, anclado en esa pared y ese muro, esperando pacientemente que pasaran los 365 días.

La princesa que había despreciado a todos, cuando vio que este muchacho se quedaba empezó a mirarlo, pensando, que quizás ese hombre la quisiera de verdad. Lo había espiado en Octubre, había pasado frente a él en Noviembre, y en Diciembre, disfrazada de campesina le había dejado un poco de agua y un poco de comida, le había visto los ojos y se había dado cuenta de su mirada sincera. Entonces le había dicho al rey:

- Padre creo que finalmente vas a tener un casamiento, y que por fin vas a tener nietos, este es el hombre que de verdad me quiere.

El rey se había puesto contento y comenzó a prepararlo todo. La ceremonia, el banquete e incluso, le hizo saber al joven, a través de la guardia, que el primero de Enero, cuando se cumplieran los 365 días, lo esperaba en el palacio porque quería hablar con él.

Todo estaba preparado, el pueblo estaba contento, todo el mundo esperaba ansiosamente el primero de Enero. El 31 de Diciembre, el día después de haber pasado las 364 noches y los 365 días allí, el joven se levantó del muro y se marchó. Fue hasta su casa y fue a ver a su madre, y ésta le dijo:

- Hijo querías tanto a la princesa, estuviste allí 364 noches, 365 días y el último día te fuiste. ¿Qué pasó?, ¿No pudiste aguantar un día más?

Y el hijo contestó:

- ¿Sabes, madre? Me enteré que me había visto, me enteré que me había elegido, me enteré que le había dicho a su padre que se iba a casar conmigo y, a pesar de eso, no fue capaz de evitarme una sola noche de dolor, pudiendo hacerlo, no me evitó una sola noche de sufrimiento. Alguien que no es capaz de evitarte una noche de sufrimiento no merece de mi, Amor, ¿verdad, madre?

Cuando estás en una relación, y te das cuenta de que pudiendo evitarte una mínima parte de sufrimiento, el otro no lo hace es, porque todo se ha terminado.

http://www.youtube.com/watch?v=711HZslY6JM&feature=related

lunes, 31 de mayo de 2010

Una historia conmovedora y real, de esas que nos hacen reflexionar

Agapito

por ROSA MONTERO 30/05/2010 EL PAÍS SEMANAL


Qué cosa rara es la vida. Sólo tenemos una, se acaba en un abrir y cerrar de ojos y siempre es muy pequeña, es decir, siempre es infinitamente más pequeña que nuestros deseos. Es un traje que nos queda estrecho. Y si esto es así incluso en la vida de los grandes hombres y las grandes mujeres, ¿qué decir de esas existencias estáticas y en apariencia diminutas de las que a veces tenemos noticia? Leí hace unas semanas en un reportaje de Efe que Agapito Pazos (en la fotografía) acababa de morir en un hospital gallego a los 82 años. Fallecer a esa edad y en un hospital es algo muy normal, pero lo que resulta muy poco habitual es el hecho de que Agapito llevara 79 años viviendo en ese mismo centro sanitario. A los tres años de edad lo abandonaron en la puerta del Hospital Provincial de Pontevedra. Estaba dentro de un cajón y sufría graves minusvalías. Cuando los médicos lo examinaron, descubrieron que padecía espina bífida y que para entonces el niño ya tenía tres de sus cuatro extremidades atrofiadas. Jamás pudo caminar.


Agapito ya no volvió a salir de allí. De hecho, incluso estaba empadronado en ese lugar: habitación 415, cama dos, Hospital Provincial. Lo imagino creciendo en las camas de pediatría, alcanzando la confusa pubertad, siendo trasladado a la sección de adultos. Y envejeciendo lentamente allí, día tras día. Fue viendo cambiar el mundo desde su cuarto. Y desfiló la historia por delante. Si acaba de morir con 82 años, tuvo que nacer en 1928 y llegar al hospital en 1931. De manera que pasó allí la guerra y la posguerra. El reportaje no decía nada de cómo se vivieron esos tiempos amargos en el Provincial, pero sí explicaba que, al principio, Agapito compartía cuarto, o más bien sala, con otros diecinueve enfermos, y que al final estaba en una habitación con sólo dos camas. Un cambio muy elocuente que habla de los enormes cambios experimentados en España en las últimas décadas. En algún momento de la quieta travesía de Agapito debieron de hacer obras en el hospital para achicar los cuartos; y en otro momento aparecerían los televisores, y, a través de ellos, el mundo.

Decía el texto que, pese a sus limitaciones físicas, Agapito estaba totalmente integrado en el centro sanitario. Era el encargado de guardar las llaves del armario de medicamentos y del almacén, y al parecer se tomaba muy en serio su responsabilidad y desempeñaba el trabajo con gran eficiencia. También le encomendaban vigilar a alguno de los pacientes con los que compartía cuarto. Por lo visto era muy popular en el Hospital, por el que solía pasearse en su silla de ruedas. Y esto es lo más fascinante de la vida: que estés donde estés y ocupes el lugar que ocupes, todas las existencias terminan teniendo, en su más profunda intimidad, el mismo recorrido. Seguro que Agapito lloró, rió, se enfadó y se enamoró. Seguro que compartió sentimientos con amigos y conoció la alegría. Seguro que estuvo lleno de sueños y de miedos. De entrada, la historia de Agapito resulta dolorosamente conmovedora, produce angustia y pena, una sensación de encierro y desperdicio. Y, sin embargo, estoy convencida de que esa vida que nos parece tan pequeña fue una vida completa. ¿Quién puede asegurar que Alejandro el Magno, por ejemplo, viviera con más intensidad y menos frustraciones que Agapito?

Antes he dicho que no volvió a salir del hospital, pero lo cierto es que sí que abandonó el centro un día, durante unas horas. Cuando ya había cumplido sesenta años, un empleado del hospital lo llevó a una playa cercana a ver el mar. Me lo imagino contemplando esa inmensa masa de agua que por lo general también parece vacía y quieta, pero que en realidad está llena de corrientes furiosas, de plantas y animales. Por debajo de la superficie, palpita la vida poderosa.

Murió de una parada cardiaca, que no parece una mala muerte. La biografía de Agapito tiene mucho de historia de terror, pero también está llena de luz. Entre otras cosas, hay que celebrar un sistema social que acoge a Agapito y lo mantiene en un hospital –en el mundo, en la vida– durante 79 años, en vez de arrojarlo a las tinieblas de la marginalidad y la calle. Y hay que celebrar al propio Agapito y a sus ganas de vivir, que sin duda tuvo que tener para llegar a ser octogenario. Déjenme que contradiga el principio de este artículo: en realidad no hay existencia pequeña. Un saludo a tu memoria, Agapito Pazos.

jueves, 14 de enero de 2010

DESASTRE EN HAITÍ

En Haití han muerto más de 100 mil personas, un equivalente a 1/3 de GRANADA CAPITAL.
Imaginaos andando por la ciudad y observar a toda la población del ZAIDÍN, LA CHANA y el CENTRO de GRANADA muerta.
Gran parte de tus amigos, familia y probablemente tú estaríais dentro de esa cifras.A tu alrededor los edificios están derrumbados, barrios desolados... En 90 % de los hospitales derrumbados, y el 10 %(supongamos en este simulacro que solo queda La Salud) está a rebosar, sin contar que las infraestructuras no serían ni por asomo de la calidad que disfrutamos.
Tened en cuenta también que, para colmo, seriais la población más pobre del mundo, rara es la vez que un día cualquiera, coméis bien. Pues ahora menos.Añadid a vuestra miserable vida y a este desastre que la ayuda que intentais recibir no llega todavía.
Con este simulacro, acercándonos un poco a la situación que vive Haiti , supongo que pedrirías ayuda.
Esta tarde, esta noche, mañana, probablemente saldrás a tomarte algo, incluso te emborraches, te vayas de rebajas o mil cosas que hacemosen esta sociedad de despilfarro. Con 1 € mínimamente que aportemos todos haremos recobrar algo en ese país.
En este intento de removernos la conciencia un poco, intento que colaboremos todos en esta causa tan dramática y reciente.

Un abrazo

Elena Fernández Peñafiel

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